Abro este hilo para hacer una reflexión al
entorno de una actuación que ha caído en costumbre, como es la de incinerar a
nuestros difuntos, esparcir las cenizas i situar objetos que nos ayuden a
recordarlos.
Disculpadme por la extensión del texto. Sabéis
que normalmente no suelo escribir epístolas, pero creo que el tema se lo
merece. Escribo en castellano para poderlo compartir también con los compañeros/as
de fuera de Catalunya.
Dado que en nuestra masificada civilización
occidental, la "envoltura" de aquellos que se van ha llegado a
representar un problema de espacio, esta práctica puede tener sus bondades.
El caso es que, cuando ya tenemos el ritual
celebrado, tenemos varias y variopintas opciones: podemos pagar por un espacio
al efecto para depositar la urna con las cenizas, o hasta podemos convertirlas
en un diamante por un precio considerable; entre estas dos opciones toda una
amplia gama, aunque una opción muy practicada es la de dispersarlas en el medio
ambiente.
Cuando se trata del mar, hay una legislación
muy clara al respecto por la contaminación flagrante de las aguas, pero cuando
se trata del monte... ai! el monte, ahí todo el mundo campa por sus fueros.
A los que, además de pasearnos, vivimos e
incluso trabajamos en las montañas, nos resulta muy poco grato ver aparecer
cortejos venidos de lejos para esparcir las cenizas de algún ser querido,
muchas veces justo encima de nuestra casa -literalmente. Si no es ahí -los más entusiastas van a la cima de algún monte-
justo donde pace nuestro ganado.
Somos afortunados, porque nuestra opción de
vida se sitúa en un entorno maravilloso, pero es precisamente la belleza de ese
entorno la que lo convierte en muy adecuado al romance y el bucolismo de las
ceremonias funerarias particulares.
Cenizas aparte, otra cosa que conviene
considerar son los monumentos funerarios que "ornan" nuestros valles
y montañas.
Antaño, cuando en el medio natural se movían
menos personas, los del lugar y otros pocos osados, los accidentes acaecidos en
el monte eran relativamente pocos. Eso sí muy sentidos por la comunidad. En estos
casos, se erigían cruces o se renombraban los parajes donde había ocurrido la
desgracia (Nou Creus; Mort de l'Escolà...) símbolos que nos han servido y todavía
nos sirven para encontrar rutas en medio de la nada.
Hoy, encontramos cruces, placas conmemorativas
y hasta monumentos de grandes dimensiones a cada vuelta, recordando seres
queridos que muchas veces ni siquiera han muerto en la montaña, convirtiendo el
entorno en un libro de recuerdos de difuntos, cuyos familiares o amigos
probablemente no van a leer más.
En el Pirineo ha habido muchas muertes no
solamente de montañeros. Las guerras que ha visto han hecho muchos estragos y no
creo que una placa o un monumento nos vaya a hacer recordar más o menos al ser
querido; sin ir más lejos, mi abuelo murió congelado en la montaña, a apenas
tres horas y media de casa: el "torb" (ventisca del Pirineo oriental)
se lo llevó. Sé perfectamente el lugar en donde fue. Tampoco fue el último en
morir en ese ventisquero; otros han venido y han erigido sus monumentos
particulares. Mi abuelo no tiene monumento, pero me acuerdo igualmente de él,
especialmente cada vez que paso por ahí.
Quiero, pues, elevar mi voz para parar la
alegre proliferación de recuerdos funerarios en las montañas. Seguro que, con
imaginación, podremos encontrar alternativas a esa necesidad que tienen algunas
personas.
Para terminar, cuando muera, quemad mi
cadáver. Haced lo que podáis con las cenizas, mirando de molestar y contaminar
lo menos posible -de hecho, no voy a ver si estoy en mis queridas montañas o
no-; pero sobre todo, sobre todo: por favor, no pongáis una placa
conmemorativa!!
A mi lo de tirar las cenizas en la montaña no me importa mucho, siempre que a la gente no le de por emplear un sitio concreto y aquello se masifique y se acabe acumulando. En algún sitio al final habrá que tirarlas. Esparzir un kg de cenizas, que no deja de ser materia inorgánica, en la inmensidad de una montaña o de un prado no implica más desde el punto de vista ecológico o sanitario que esparcir un puñado de tierra o las cenizas de una barbacoa. Además de inocua es indetectable ( en esas cantidades) desde el primer momento si se esparce bien y en pocos días, se haga como se haga, el viento y el agua la harán desaparecer.
Lo que no me parece bien, y creo que debería de prohibirse, es el de colocar objetos religiosos, funerarios o particulares de cualquier tipo en el campo y en las montañas en particular. Me baso en uno de los principios más básicos del montañero: acercarse a la montaña sin alterar nada y dejarla de manera que nadie detecte que has pasado por allí.
¡Saludos!
No sé, por decir algo más, diría que coincido con Andarín en que una pequeña cantidad de ceniza, no hace daño ni al monte ni al resto de los mortales, ya que una vez esparcidos no queda resto de ellos. No opino lo mismo del resto de cruces y demás material religioso o de otra índole, que permanecerán eternamente en las cimas de las montañas. Es más, el tema de las cenizas me las tomo muy en serio y con el mayor de los respetos, ya que representan el deseo del que en su día fuera un montañero-a, y por lo tanto un compañero más de nuestras queridas montañas.
Así que personalmente, cenizas sí, hierros del tipo que sean, no.
Editado: 29-09-2014
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