Article del director de La Vanguardia d´avui:
LOS familiares y amigos de los alpinistas saben que la esperanza comienza a naufragar cuando pasan horas sin recibir noticias y el ansiado descenso al campamento base parece no completarse nunca. Entonces, la angustiosa espera acaba fijándose como un mosquetón al deseo de que todo quede en una congelación y unos huesos rotos. Pero la muerte da inesperados zarpazos y se ha llevado a Manel de la Matta, uno de los cinco integrantes de la expedición catalana que coronó el intratable K2 por la vía más dura. La ascensión es como una religión laica y vital que trasciende lo deportivo, al igual que algunas prácticas marineras. En un planeta donde perviven crueldades medievales, uno de los escasos refugios románticos es enfrentarse a la incierta y majestuosa fuerza de la naturaleza. De la Matta había expresado con sensibilidad que ése era su credo ante un mundo previsible. Su última cordada llevaba el sello del alpinismo genuino; sin oxígeno ni cuerdas fijas como no sean las que pones para asegurar la bajada; sin escaladores de alquiler que te empujen a la cumbre; por una arista casi inexpugnable. Manel lo intentó con Óscar Cadiach y Jordi Corominas, el único que coronó la cima tras un último ataque de 20 horas ininterrumpidas. Mientras en Atenas se pugna por un metal y se buscan dopados hasta debajo de las columnas del Partenón, en el lejano Pakistán un deportista sin programar moría a 6.400 metros de altura. El cuerpo le falló después de acariciar el cielo.
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