Mi afición al montañismo se alimenta de la autocomplacencia que obtengo al<br>conseguir un objetivo, propuesto como reto personal, por modesto que sea; de la<br>emoción estética derivada de la contemplación del paisaje y de la sensación de<br>paz que siento sumergido en la soledad, aparente, sólo aparente, de la<br>naturaleza. Por la época que me ha tocado vivir me considero afortunado al haber<br>podido encontrar en mi afición todo o casi todo lo que iba buscando. Hoy ya no<br>puede ser así en muchos, demasiados, lugares.<br>Al principio el montañismo fue practica exclusiva de militares cartógrafos,<br>científicos arriesgados y burgueses ociosos. Después, poco a poco, con la<br>extensión del transporte público y las conquistas sociales de librar los fines<br>de semana y las vacaciones pagadas, los románticos de entre los parias de la<br>tierra pudieron - pudimos - acceder a esos espacios de libertad que saneaban<br>cuerpo y mente de la alienación diaria de la productividad. Ahora, sustituido el<br>transporte público por el coche particular, se pone al alcance de multitudes de<br>comodones teledirigidos espacios de naturaleza trivializada y traicionada que se<br>vende por menos de treinta monedas con derecho a medalla recordatorio.<br>El mochilero de a pie, que antes encontraba fraternal acogida en desvanes y<br>pajares, hoy no es más que un bulto sospechoso e improductivo al que hay que<br>erradicar. No hace falta, inexorablemente el tiempo irá cumpliendo la función.<br>No, posiblemente ahora no sería montañero.<br>
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